viernes, 1 de junio de 2012

llueve por fin

Está gris. Muy gris. Y hubo relámpagos. Justo hoy Lupita regó el pasto. El agua es vida aunque deprima.

Casi no me levanté de la cama en los últimos cinco días. La fibromialgia es una enfermedad/condición (no sé cómo definirla) demasiado cruel. El dolor paraliza. Lloro.

De todas maneras, intento hacer vida lo más normal posible. Un día hasta me subí a una máquina 3 minutos pero me bajé.

Ahora, mientras marido está en Guadalajara, el agua cae copiosa detrás del vidrio y alimenta los ríos y riega las plantas para que verdeen, pienso en que un día me voy a morir y que lo único que no quiero es sentir que la dejé pasar. Posiblemente lo sienta, lo sé. Desde siempre que tengo la sensación de hacer mucho menos de lo que debería y esa convicción no es gratuita ni inocente, permea y tiene consecuencias. También me ataca la famosa culpa de clase, como ráfagas, y mientras un día pienso que quiero ser lo suficientemente rica para no tener que pensar nunca más en dinero, otras un escozor me recorre el cuerpo, no sólo por la injusticia mundial, el hambre, la falta de educación, la explotación infantil, el tráfico de personas y de mujeres en particular, la esclavitud sexual y todos los etcéteras conocidos e imaginables, mi propia parálisis (no sólo corporal sino la simbólica) me avergüenza y escandaliza. Aunque no haga nada para cambiarlo.

Supongo que todos somos pendulares. El consuelo es pensar que en algún momento podré hacer otra cosa, que este momento es de preocupación familiar pero que el mundo va a interpelarme no solo desde lo discursivo en un tiempo no tan extenso. ¿Será verdad? Quién sabe. Por ahora lucho contra mi propio cuerpo con éxito de relativo a nulo, como en casi todas mis batallas.

El mundo sigue girando, la miseria sigue existiendo, la mayor parte de la gente hace lo mismo que yo: sentir ráfagas de culpa sin accionar, con o sin conciencia de que así no ganamos nada.

¿A qué venía todo esto? Quién sabe otra vez. A que temo morirme sintiendo que me aburrí, que no hice nada ni por mí ni por el mundo. La finitud, por estos días, es un tema recurrente. Debe ser el miedo que me da vivir en este mundo tan tumultuoso. Es cierto, el mundo siempre lo fue pero en mi adolescencia, los "dorados" noventa, hubo un cierto aura falaz de tranquilidad universal (ya sé que hubo guerras y debacles de toda índole pero no tan desastrosos como en otras épocas).

Tengo que buscar a Simón en casa de un amigo. Bajo la lluvia.

A veces estoy tan bien, estoy tan down.
Así las cosas.

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